La noche era cerrada, tanto, que dejaba el interior de su casa totalmente a oscuras. Mordía el labio con cierto desespero mientras caminaba a tientas por la estancia, no había querido encender la luz para no despertar a su marido y que éste se diera cuenta de su hora de llegada.
Apenas
unos pasos dentro de su hogar y una lámpara opaca se encendió delante de ella,
obligándola a entrecerrar los ojos, una voz ronca y conocida la sacó de su
mutismo.
— ¡ Llegas
tarde !
Sorprendida
respondió con tono sarcástico
— ¡ No !,
¿ cómo crees ?, jamás de los jamases, es temprano, son las seis de
la mañana.
— ¡ Niña
!, te has pasado de la raya; y piensa bien lo que vas a decir
porque estás con la soga al cuello.
La luz de
la lámpara era tenue, aun así, pudo percibir la expresión de malestar en su
rostro, pero era tarde para lamentarse.
— ¿ Yo ?,
para nada Bastián, eres y siempre serás mi media naranja, solo
que, cada dos por tres me gusta salir a divertirme ... Y lo
que surja.
— Echar
leña al fuego solo incrementará tu posible castigo, mi niña ... Y
dime, ¿qué ha surgido?.
— Hmm, te
diré que tres no siempre son multitud, la he traído conmigo.
¡ Bien ... !, a ponerse las pilas, que eso de dormirse en los laureles no me va, luego te quejas. Primero el castigo por no avisar o enviar un mensaje ... ¡Ven !, colócate sobre mis piernas.
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