El farmacéutico escuchó con atención mi abrumadora súplica.
— Necesito algo para el insomnio, lo que sea ... ¿ puede ayudarme ?
Levantó el
dedo índice, asintió con un ligero movimiento de cabeza y se perdió entre un
laberinto de medicamentos, luego de un rato regresó. Traía su mano derecha dentro
de la bolsa de su bata blanca, se acercó, me miró despacio. Su mano levantó mi
mano y, envolviéndola con la suya depositó en ella un pequeño frasco.
El susurro
se oía muy bajo, tanto que se confundía con mis pensamientos
— Bébelo completo, a media noche, quizás te ayude, no
solo a dormir, pero ten cuidado con tu último pensamiento.
Hubo un
silencio largo al que le siguió otro todavía más prolongado, en ese momento
solo pude notar que temblaba.
Ya en la
habitación sentí pánico mientras sostenía con ambas manos el misterioso frasco.
Tenía el pulso acelerado y muchas preguntas sin respuesta revoloteando en mi
cabeza.
Al abrirlo,
un aroma dulzón lo envolvió todo, bebí con precaución y al terminar ... un
estruendo se sintió en las paredes de la habitación, parecía que de ellas
brotaba un latido, como si tuvieran corazón.
Sentí mi
cuerpo girar sobre sí mismo mientras ese líquido extraño me quemó por dentro.
La paz invadió mi cuerpo haciéndome caer en un sueño placentero y muy profundo.
Al despertar el alba filtró su cálida luz por mi ventana. Sentada en el borde de la cama, me sentí ligera, lo único que percibí fue
el vago aroma dulzón de la noche anterior mientras observé sobre las sábanas, mi cuerpo enredado entre los muslos de un delicioso extraño.