Mi padre gustaba de cierto tipo de música que me resultaba en aquella época totalmente extraña, de lo que siempre estuve consciente es que, eran letras con contenido, contaban historias, también alguna noticia del momento.
Recuerdo con precisión cuando arrancaba su negocio, de madrugada se volvía escurridizo, tratando de no despertar a sus hijos, él y mi madre hacían el ritual de vestirse en semioscuridad, tomar un café y preparar algo ligero para empezar su día, siempre a las tres de la madrugada.
Desde mi habitación, la ventana se dirigía hacia el corredor que separaba su establecimiento. Abría la puerta celeste, que en aquellos tiempos era única, creada por sus propias manos, [ como todos los muebles del lugar ], recuerdo que mi madre [ más tradicional ], escandalizada le pedía que pusiera un color más neutral, — ¿ cómo piensas que ese color irritante mostrará la seriedad de nuestro negocio ?, no sabía que fue una elección mía. Encendía las luces, preparaba, movía objetos y empezaba su labor.
Desde mi habitación siempre escuchaba lo mismo ...
— ¡ Juan !, deberías cambiar el color de la puerta.
— Pronto, quizás el fin de semana. Mi padre más condescendiente le decía, [ nunca sucedió ].