"Aires góticos", semana de relatos con Mag y La Trastienda del Pecado
El tráfico a esa hora era lento, decidí caminar las ocho calles que faltaban para llegar a mi destino, bajé del taxi y apuré abriéndome paso entre la multitud que iba y venía sin precaución. Llegaría a tiempo a mi cita clandestina si mantenía el ritmo. Observé el papel impreso e hice un gesto desaprobatorio, ¿ por qué era tan difícil dar la dirección completa ?, solo me había dibujado unos garabatos y unos puntos de referencia dentro de un croquis ilegible.
Di vuelta entre dos esquinas, en medio de ellas se erguía imponente un callejón lúgubre, tantos años recorriendo esas calles y jamás vi algo parecido. Al fondo se mantenía orgullosa una mansión antigua, me acerqué nerviosa, intentaba descifrar si me encontraba en la dirección correcta, nada parecía real, ni siquiera aquel trozo de papel que se desintegró en mis manos.
Intenté borrar mis huellas y volver mis pasos, me encontré con unos ojos negros que ocultaban un mesmerismo salvaje y tentador. Era un hombre exquisito y peligroso. Como si hubiera adivinado mis intenciones, el hombre sonrió y me invitó a pasar, me señaló en el interior el lado izquierdo.
La habitación estaba iluminada por una lámpara desnuda colocada en uno de los rincones, me condujo a un sillón y me indicó que me recostara, me mostró lo me parecían ser lápices de grafito y me pidió que seleccionara uno ... El Ilusionista, pensé.
El hombre colocó el lápiz entre sus dedos y nuevamente sonrió, en ese momento el habitáculo oscureció, mi corazón palpitó de prisa, lo sentí arder en el tacto suave de sus dedos, hundirme en un sueño profundo de entrega y sumisión hasta diluirme. El poder que ese hombre ejercía en mí era sobrehumano, cautivadoramente animal, deliciosamente aterrador y espeluznante.
Cuando desperté me encontraba sola, me levanté lentamente, mientras caminaba hacia la salida, buscaba en mi memoria algún recuerdo. Me acerqué al espejo, mi cuerpo vestía una densa bruma negra, sin forma pero con movimiento armónico, un vestido negro que había sido esculpido a mi medida ... Arraigada en mi pecho, la ceniza impúdica de su recuerdo.
Di vuelta entre dos esquinas, en medio de ellas se erguía imponente un callejón lúgubre, tantos años recorriendo esas calles y jamás vi algo parecido. Al fondo se mantenía orgullosa una mansión antigua, me acerqué nerviosa, intentaba descifrar si me encontraba en la dirección correcta, nada parecía real, ni siquiera aquel trozo de papel que se desintegró en mis manos.
Intenté borrar mis huellas y volver mis pasos, me encontré con unos ojos negros que ocultaban un mesmerismo salvaje y tentador. Era un hombre exquisito y peligroso. Como si hubiera adivinado mis intenciones, el hombre sonrió y me invitó a pasar, me señaló en el interior el lado izquierdo.
La habitación estaba iluminada por una lámpara desnuda colocada en uno de los rincones, me condujo a un sillón y me indicó que me recostara, me mostró lo me parecían ser lápices de grafito y me pidió que seleccionara uno ... El Ilusionista, pensé.
El hombre colocó el lápiz entre sus dedos y nuevamente sonrió, en ese momento el habitáculo oscureció, mi corazón palpitó de prisa, lo sentí arder en el tacto suave de sus dedos, hundirme en un sueño profundo de entrega y sumisión hasta diluirme. El poder que ese hombre ejercía en mí era sobrehumano, cautivadoramente animal, deliciosamente aterrador y espeluznante.
Cuando desperté me encontraba sola, me levanté lentamente, mientras caminaba hacia la salida, buscaba en mi memoria algún recuerdo. Me acerqué al espejo, mi cuerpo vestía una densa bruma negra, sin forma pero con movimiento armónico, un vestido negro que había sido esculpido a mi medida ... Arraigada en mi pecho, la ceniza impúdica de su recuerdo.